14 diciembre, 2006

Filosofía, pensamiento y vida

Mucha gente se pregunta qué es la filosofía, qué la distingue de las demás formas de pensamiento o de la religión, y qué relación guarda con la vida o la existencia particular de cada uno. El lector supondrá, con justa razón, que éstas no son preguntas factibles de resolverse en un articulillo de blog, pero pienso hacer un esfuerzo por resumir lo que creo del asunto.

En primer lugar existe una disciplina conocida como filosofía, que nació en Grecia hace unos 2,500 años, y que se ha cultivado en alrededor del Mediterráneo por un tiempo similar. Aunque es difícil definirla (si no imposible), tiene una temática “ubicable” y, hasta se podría decir, una cierta metodología. En todo caso se pueden citar ciertos autores como filósofos propios, tales como Aristóteles, Tomás de Aquino, Kant, Heidegger o Wittgenstein. Desde este punto de vista, la filosofía es un quehacer intelectual vinculado a la cultura occidental, que se practic
a hoy, sin embargo, en casi todos los países libres del planeta. Esto podría llevar a algunos a decir que otros pensamientos no–occidentales no son filosofía. Y muchos toman esta afirmación como un insulto. ¿Acaso no son filosóficas las ideas de los Upanishads, de la mitología Incaica o de la poesía tribal africana? Pues no lo son, si tomamos la estrecha definición de filosofía que se ha desarrollado dentro de la historia intelectual de occidente.

El pensamiento, en general, es mucho más amplio y vasto que el expuesto por los pensadores occidentales llamados filósofos. Es más, cuando algunos fuerzan la categoría “filosófico/ca” para hacer calzar allí “algo” de las otras culturas, y declarar con orgullo que sí hay una filosofía maya o un sistema filosófico budista, lo que hacen es violentar la originalidad propia de ese pensamiento, que va más allá de lo que desde Tales a Dennett se ha dicho. Por supuesto que se puede utilizar la filosofía, como muchas otras herramientas intelectuales desarrolladas en occidente, para analizar y comparar otras formas de pensamiento ajenas a la filosofía occidental. De esta manera, aquellos que dicen que tal religión o tal pensamiento “no es filosofía” solo están en lo cierto en la medida en que se refieren a que no es una reflexión hecha desde el discurso de la filosofía occidental. El pensamiento no se reduce a la filosofía (en sentido estricto), y todo pensamiento tiene filosofía (en sentido amplio), es decir hay reflexión, crítica, conciencia de la realidad, y muchas otras cosas que no son exclusivas de la filosofía occidental.

Algunos filósofos de oficio hacen también la distinción entre profesores de filosofía y filósofos. Sólo incluyen en este ultimo grupo a gente que ha hecho grandes teorías filosóficas (o sistemas), excluyendo a pensadores enfocados en áreas parciales o no sistemáticos. Los anglosajones, un poco más flexibles y prácticos, llaman filósofos a los que publican y trabajan en los puestos universitarios (incluso hacen “ranking” de los filósofos más cotizados –los que más publican o trabajan el las universidades de mayor prestigio). Obviamente estas definiciones corresponden a intereses y nociones extra-filosóficas. Es verdad que hay filósofos mejores que otros, como en todas las otras áreas de la vida, y también que si no publican no pueden ser conocidos ni leídos. Pero suponer que los “top ten” del mercado laboral anglosajón o europeo son los mejores filósofos, es como creer que Britney Spears es la mejor cantante del mundo por todo el dineral que gana con las ventas de sus discos. Es más creíble que los filósofos que han pasado a la historia y que son leídos como clásicos sean los mejores filósofos, lo que no excluye que los que no han construido “grandes sistemas” también sean buenos filósofos. La filosofía se produce dentro y fuera de la academia, y no es el éxito académico la mejor manera de apreciarla. Es más, incluso desde el punto de vista académico, los profesores de filosofía son filósofos en la medida en que reflexionan (dentro y fuera de las aulas) sobre problemas filosóficos. Es igual que los ingenieros o los médicos: no es necesario que creen un sistema completo o nuevo para ser considerados médicos e ingenieros; basta con que utilicen correctamente y con inteligencia su ciencia, con que la apliquen a situaciones nuevas.

Y esto me lleva al tercer punto: la filosofía y la vida. La reflexión y el pensamiento de una persona se pueden considerar “filosóficas” como las reflexiones filosóficas de los pensadores clásicos en la medida en que son buenas y producen intelectualmente, es decir, cuando aportan un punto de vista novedoso e inteligente a las situaciones aplicadas (no quiero decir resuelven problemas, porque no es eso lo que la filosofía hace normalmente). Medir la creatividad, la reflexión y la profundad de un pensamiento con los estándares de la filosofía académica puede ser tan infructuoso como comparar la salud física de una persona con la actividad gimnástica de Nadia Comaneci. Es verdad que la gente que estudia filosofía se especializa en pensar ciertos problemas comunes a todos (sobre la existencia, el conocimiento y el deber). Es cierto también que ese ejercicio intelectual hace parecer a los filósofos como poseedores de un “truco” para hablar de cualquier cosa. Pero eso no limita para nada la reflexión y el análisis de pensadores de otras áreas, culturas, disciplinas o religiones, ni menoscaba la creatividad del individuo común.

Hay que ser prudentes en ambos casos: como filósofos profesionales y como pensadores foráneos a la disciplina, como seres humanos pensantes, en general. La filosofía es una cosa de la que cualquiera puede hablar, pero de la hay que hablar con mucho cuidado: cualquier cosa que se diga puede ser muy interesante, si ha sido bien meditada. Pero puede ser una inconmensurable estupidez, si se habla por hablar –o si se repite irreflexivamente el pensamiento de otro. Hay filósofos que son académicamente brillantes, aunque su vida dé lástima. Hay p
ersonas cuya educación no va más allá de la primaria (¡y esto!), y conducen su vida de modo admirable. Decir que estos últimos, o que los buenos monjes tibetanos, o los eremitas ortodoxos no son “filósofos” porque no hablan de Hegel o de Hume, es reducir el discurso filosófico a la perspectiva desarrollada en occidente. Y esto es válido sólo con fines de clasificación. Pero decirlo como restándole profundidad e importancia al pensamiento expuesto, revela vanidad y un conocimiento muy superficial de la filosofía misma.

Es verdad que hoy la filosofía es un quehacer generalmente asumido profesionalmente en el ámbito universitario; pero aquellos filósofos que, muy postmodernamente, no viven lo que predican, son tan frívolos como los médicos que sólo curan por dinero. Quizás sean excelentes haciendo su trabajo y tengan éxito en su carrera, pero están vacíos por dentro, como las estatuas griegas que tienen de adorno en las salas de sus casas.