09 noviembre, 2006

“En dos palabras, yo creo –he aquí toda mi metafísica y toda mi moral– que Dios existe y que el Diablo también, pero en nosotros. El culto que nosotros debemos a estas divinidades latentes no es otra cosa que el respeto que nosotros nos debemos a nosotros mismos y yo los entiendo así: la busca de lo mejor para nuestro espíritu en el sentido de sus aptitudes naturales. He aquí mi formula: Dios es nuestro ideal particular; Satán, todo lo que tiende en nosotros a desviarnos de ese ideal” Papini

Mucha gente inteligente cree que creer en Dios es un refugio contra los males de la vida. Y tienen razón. Pero es también un refugio creer ciegamente en un determinado credo político (el marxismo, el nacionalismo, etc.), en la ciencia (poniendo énfasis en lo empírico), en el arte como forma de vida (la vida bohemia), en el agnosticismo mismo (no poniendo en duda la existencia de Dios, como hace el ateo sincero, sino dejando de lado la discusión de su existencia, “superándola”). Es más, el peor de los refugios es el escepticismo cómodo posmodernista que se acomoda a cualquier forma de vida porque “total, todo vale lo mismo.”
El verdadero creyente no se refugia en Dios para no pensar en Él. El verdadero creyente cuestiona su existencia, discute con Él, Lo enfrenta y Le pregunta “¿por qué nos has abandonado?” (Las palabras de Cristo en la cruz). El verdadero creyente sabe que la respuesta cómoda del credo religioso no es la verdadera, que lo difícil es el juicio moral en cada instante, que no se trata de obedecer las leyes, sino de caminar al filo de la navaja.

En ese sentido, Dios no esta en los cielos, sentado en su nube de algodón verificando si cumplimos o no los requisitos para entrar a un club celestial soso y aburrido. Dios está en cada uno, creyente o no creyente, empujándonos a vivir, susurrándonos la pregunta: ¿debo o no debo hacer esto? El problema no es ser ateo o creyente, el problema es ser bueno o malo. Y malo no es el que, equivocado, yerra al tratar de realizar su beneficio (o el de los demás). Malo es el que no hace nada, el anodino, el pusilánime espiritual. Dios prefiere mil veces más a un buen ateo, a un rebelde moral, a un agnóstico serio que aun amodorrado creyente, comodón y cobarde intelectual. “Frió o caliente, porque tibio te vomitaré de mi boca,” dice el evangelista en el Apocalipsis.

¿Es Dios nuestro ideal particular? Sí, creas o no en su existencia, Dios significa lo que debes hacer. Y cada vez que dejas de hacer lo que sabes que te hará crecer, te estás dejando tentar por el diablo. Ten cuidado: te puedes ir al infierno, que es la nada.

No hay comentarios.: